Del asco ajeno y la miseria propia (o de cómo ver una cacatúa al microscopio)

 

¿Cuántas veces hemos mirado alrededor con desprecio preguntándonos «cómo puede ser la gente» tan egoísta, estúpida, ignorante o temeraria? Lo pregunto por intuir que es un comentario muy trillado y además verdaderamente transversal socialmente. ¿Cómo es posible que en esta mirada pesimista puedan coincidir creyentes, ateos, ricos, pobres, estoicos, positivistas, relativistas, activistas sociales, o políticos? ¿No se supone que sus criterios al analizar la realidad son muy diferentes? Todos parecemos estar de acuerdo -aunque sólo sea en una cosa- en no soportar la sociedad en la que vivimos.

Exceptúo aquellas ocasiones en las que el objetivo principal es desahogarnos por alguna situación, en las que al hacerlo nos llevamos por delante lo que haga falta. Quiero referirme sin embargo a esas ocasiones en las que estamos serenos, plenamente convencidos de tener razón, en las que nos quejamos de los demás como el que mira romper las olas. Tratando de convertirlo en un trascendental teorema sociológico aunque, sin ser capaces de ver lo difícil que es analizar esta sociedad; compleja como nunca antes en la historia de la humanidad.

No se trata de que sea «políticamente incorrecto», -usual arma arrojadiza para legitimar por otro lado nuestros prejuicios -. La cuestión es que criticar incesantemente al otro por nuestras desgracias sin intentar fomentar un diálogo transformador sólo sirve para dos cosas. En primer lugar, alimentar nuestro ego: lo mismo que ocurre al alegrarnos de que el otro meta la pata en un asunto. En segundo lugar, alimentar nuestra frustración: la ausencia de dicho diálogo no nos explica nada y peor, no soluciona nada si no continuamos indagando en las causas. En el mejor de los casos, si tenemos razón y la sociedad es tan horrorosa en todos sus ámbitos, el comentario sólo nos enfurecerá y acrecentará ese cisma entre nosotros mismos y esa otra gente desconocida con la que compartimos vida, calle, tiendas, servicios…y de la que queramos o no admitirlo, dependemos de muchas formas.

No hace mucho tiempo, esos venenosos comentarios eran proferidos por las clases acomodadas con elitista desprecio al enfrentarse a situaciones tan “patéticas” como ver pasear por su barrio a una humilde pareja con sus ropas miserables, escuchar la discusión de un matrimonio en aquel edificio, o ver los intentos de una madre soltera para realizar alguna gestión sosteniendo a una vez a su hijo y a documentos que no entiende. Todas ellas, situaciones por las que dicha clase acomodada jamás se vería tan denigrada a protagonizar. Si al ver estas escenas en películas (donde pueden explicarnos con tranquilidad los porqués de estos personajes) empatizamos con las víctimas ¿qué nos ha pasado?  ¿Ahora somos nosotros esas personas despreciables?

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© https://elsufirojo.wordpress.com

Creo que entendemos menos que nunca, porque pocas veces nos ponemos del lado del otro. No tenemos tiempo y, además, es demasiado complejo desenredar la madeja que explica por qué somos de esta forma.  ¿Nos hizo Dios a cada uno con una predisposición? ¿O es culpa del diablo? ¿Podemos realmente elegir nuestra vida y cómo vivirla? ¿Es cualquiera tan fuerte como para combatir las fuerzas que lo empujan a la misma miseria que a sus padres? ¿Sabemos por qué la otra persona es tan susceptible y cabizbaja? ¿Pudo esa gente tener mi educación? Y si no, ¿tiene esa persona la culpa de todo lo que le ocurre? Y quizás lo más urgente: ¿la tengo yo? y, si tuviera alguna porción, ¿qué podría hacer al respecto?

No podemos pensar la sociedad sin pensarnos a nosotros mismos como individuos. Y para ello debemos aprender cómo hacerlo. Creo firmemente que la persona acrítica (consigo misma) invierte el uso de los instrumentos de medición, de igual forma que al intentar ver células con telescopio y una cacatúa con microscopio.  Estas personas se justifican a sí mismas achacando la responsabilidad de sus errores a la sociedad; sólo para afearla después induciendo los actos de un individuo a todo su grupo. ¿Por qué? Porque utilizar correctamente la lógica cognitiva significaría afear sus propias acciones: responsabilizándose, por tanto (aunque sea un poquito) de esa pretendida fealdad de los demás (la sociedad). Pero, ¿cuál es el problema? ¿Acaso no lo hacemos todos?

Todos a veces nos engañamos a nosotros mismos. Pero el problema de esa falsedad es su efecto inmovilista, mientras que «la verdad es siempre revolucionaria». Necesitamos progresar, transformarnos, eliminar errores y potenciar virtudes para amarnos a nosotros mismos: paso previo a amar a los demás, perdonarlos y continuar retroalimentando el ciclo. Entonces y sólo entonces, siendo todos, seremos más cada uno: más pueblo, más hermanos, más solidarios, más seguros, más felices, más sabios. Todos los grandes y mejores líderes originariamente no lideraron más que a sí mismos. De hecho, por eso mismo creo que eran seguidos y amados. ¿Por qué no empezar por nosotros mismos?

 

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